Artículo de José Ignacio Calleja, 14 de noviembre de 2012.
Ha tenido que ser el sistema de justicia el que se pone a la cabeza de la manifestación, al fin. ¡Gracias!, a todo el movimiento civil que se ha movilizado contra los desahucios; ¡gracias!, a las Cáritas que lo han tomado como cosa propia… ¡Gracias! a todos los que lo han visto claro desde el principio… sólo es el comienzo; todavía no conocemos su alcance legal y real; vienen detrás los desalojos de alquilados por insolvencia en el pago. Esto no ha terminado, ni mucho menos.
Me acojo a esta joya jurídica de Carlos Castresana Fernández, fiscal del Tribunal Supremo:
«Los bancos españoles están ejerciendo su derecho contra las familias deudoras de manera abusiva y antisocial, manifiestamente contraria a las reglas de la buena fe… En estas condiciones, los contratos se han tornado profundamente desequilibrados e injustos y no pueden cumplirse tal como fueron pactados. Los jueces no pueden hacer recaer sobre los deudores todas las consecuencias de la crisis y la especulación de las que no son culpables… El legislador debe determinar, arbitrando procedimientos de quita y espera adaptados a esta nueva realidad, la manera de regular la insolvencia de las unidades familiares. Mientras, a falta de acuerdo entre las partes, los jueces no pueden limitarse a observar y laissez faire: deben imponer una moratoria, aquí y ahora, porque las condiciones en que se pactaron los préstamos de las viviendas de las familias en la última década y media volaron por los aires al estallar la burbuja inmobiliaria y no van a volver; y ejecutar las hipotecas con arreglo a las condiciones originales impuestas en contratos de adhesión por una sola de las partes, en circunstancias muy diferentes, y sobre estimaciones unilaterales completamente equivocadas, resulta inmoral e insoportablemente injusto. Los jueces no deben olvidar cuál es su función primigenia en un Estado de derecho: brindar tutela judicial efectiva», (El País, 13.XI.12).
Es el comienzo de un buen día. Ya oigo el rumor de que esto afecta a la solvencia de los bancos, a la deuda pública y a la prima de riesgo; y es verdad, pero no podemos seguir el camino trillado de salir de la crisis triturando a las personas más vulnerables. O, ¿es que el sistema social capitalista no tiene, porque no lo puede consentir, otro modo de salir de las crisis financieras o económicas?
Esta es la cuestión, no tiene otra salida, porque no la puede consentir sin perjuicio para los dueños del dinero. Son éstos los que no lo consienten. Luego la cuestión última es de poder social e intereses de «clase», y no de ciencia económica. Las cosas como son. Y esto no es neomarxismo trasnochado, sino tardocapitalismo puro y duro, real en todos los pueblos de Europa como la vida misma.
Renunciar a verlo es negarse a entender lo que está pasando. Acepto mil matices sobre el concepto «clase», mil matices; renuncio a él, si quieren; pero al final, el dinero, ¡aparentemente de muchos!, concentrado en manos de pocos decide en qué condiciones entra a un país o se va, llega para quedarse o juega con las oportunidades y escapa, simula una huida por desinterés y vuelve como un buitre sobre el animal herido.
Esto es lo que hay, por eso que el movimiento social de mil colores e inspiraciones se lo merece todo en campañas tan rotundas y claras como ésta, contra los desahucios y alquileres imposibles. Se lo merece todo. …