No pueden ir al colegio, apenas tienen tiempo para comer, no descansan ni los fines de semana y no saben lo que es jugar con otros niños y niñas. Son las consecuencias que sufren 152 millones de menores que son víctimas del trabajo infantil en el mundo y que deberían estar en la escuela y no realizando actividades de adultos, ya que en casi la mitad de los casos, 73 millones, realizan actividades peligrosas para la salud. En tiempos de coronavirus la situación es aún mucho más difícil para ellos porque siguen explotados y sin medidas de seguridad o sobreviven abandonados en las calles.
Los menores son una mano de obra barata y silenciosa. El trabajo infantil supone un niño alejado de su familia, al que maltratan… un trabajador silencioso y obediente porque no conoce sus derechos ni tampoco otra realidad. Pero detrás de las cifras del trabajo infantil hay infancias que han dejado de serlo. Niños y niñas que realizan trabajos que no les corresponde, que se convierten en adultos antes de tiempo.
Cargar mercancías en las estaciones, vender en la calle, trabajar en el campo, en las fábricas, en las minas o como servicio doméstico son algunas de las ocupaciones que realizan los menores en el mundo y que les privan de ir al colegio y de disfrutar su infancia. La pregunta a un menor nunca debería ser ¿estudias o trabajas?