Josemari Legarreta llegaba al Perú ya jubilado, bien cumplidos los 65, cuando muchos de nuestros mayores solo piensa en esconder el despertador, descansar, pasear y disfrutar (bueno, ahora también en cuidar a las y los nietos).
La palabra jubilación proviene del latín ‘jubilatio’, que debía ser algo así como los gritos de alegría de los campesinos. Y los gritos de alegría de Josemari se comenzaron a oír en Yungay, en el Callejón de Huaylas. Nueva vida por descubrir: desconocida y lejana en el espacio, cálida y cercana en lo humano. Y no creo que se haya arrepentido del paso que dio.
De Yungay a Tamshiyacu. De la Sierra a la Selva peruana. Josemari y Avelino, dos basauritarras compañeros de camino, dos jubilados con ‘marcha’.
Pero la aventura de los viatores en Tamshiyacu llega a su final después de muchos años (y ocho de Josemari). ¿Quién ha dicho que es fácil? Todavía me acuerdo de aquella mañana de un 17 de enero de de 2004 cuando salíamos de Yungay, y lo seguiré recordando.
Pero es mejor que lo siga contando el mismo Josemari:
“Algo se rompe en el alma…”
«Recuerdo que me lo cantaron los amigos, en el Colegio de Fátima, Madrid, cuando en 1978 me despedía para ir a Roma.
Sí, ha habido un temblor en todo mi bloque personal, pero no me he ido hundiendo como ese crucero Costa Concordia de aguas italianas. He tenido cinco días de oración-reflexión y una Asamblea de los nueve Viatores que han llenado tiempo y pensamiento. Vuelve imaginación y corazón a personas de Tamshiyacu, a la situación del Vicariato, todavía reflotando. Y hago oración de recuerdo.
A veces, sí me viene la duda: ¿pesa en la balanza lo que vas a hacer tanto como lo que dejas sin hacer? La respuesta consoladora es que no soy yo solo el que toma las decisiones. Formo parte de un equipo y se acomodan los fichados según las necesidades y las urgencias. No tenemos ni el banquillo ni las figuras de que dispone Pep Guardiola…
Las imágenes que más frecuentemente me vienen al recuerdo son las que más atendí por su fragilidad: Christian, Niko, Valeria-Carmencita, Olinda, María, Alicia… Esta última, con diez años en cama, haciéndose un sarmiento, cuando llegaba a su cabecera, me pedía un canto…, y ella cantaba conmigo, con medio compás de retardo: “El camino que lleva a Belén…”.
Claro, me han hecho despedidas muy entrañables: ese es el calificativo. Despedidas sencillas y muy sentidas. Sin discursos preparados, dejando hablar al corazón y reteniendo las lágrimas. Creo que todos hemos sido “valientes”, y como obedientes a Alguno que dirigía equipo y partido.
El avión de LAN aceleró los motores y en plena velocidad dejó de traquetear en la pista: se oyó el emplazamiento del tren de aterrizaje en su nido. Luego me dormí un rato. Mi vecinita, Jhina, de la que me había hecho responsable, me despertó cuando llegó el calculado refrigerio. Llevábamos dos horas de retraso. A las diez de la noche, ya estaba en Collique, el barrio desde el que os escribo.
A uno le dijeron: “Te sacarán de La Selva, pero La Selva no saldrá de ti”. Así me va a pasar a mí. Y no quiero que salga. No será peso-freno para otras inserciones, sí será lastre-seguridad para futuras inmersiones. La Selva enriquece de aire puro nuestra atmósfera, también llena de agradecimiento nuestra relación con Dios. Dios fecundo, imaginativo, magnánimo y grandioso. Dios a quien se llega en cualquier amanecer y atardecer, en cualquier tambito humilde y provisional, en tantos niños de sonrisa perpetua y en tantas mujeres y varones que saben vivir con poco.»